El otro día hablábamos con una amiga de la desaparición de las abuelitas tejedoras. ¡Es cierto! Mi abuela me comentaba que el otro día fue al shopping y vio unos zapatos que le gustaron, de un precio desorbitante, y me dijo que no se los compraría “ni en la perra life”. ¿Qué pasó con aquellas señoras que nos esperaban con un chocolate caliente en los días de frío?.
Con esta amiga, hablábamos de los gimnasios en general, y de las señoras de 40 o 50 años que van con calzas blancas super ajustadas (¿qué necesidad?) y no se pierden un paso de step. Si señoras, sépanlo, por cada una de ustedes hay una veinteañera que la envidia malsanamente parada al fondo de la clase.
En ese mismo instante, es cuando una dice ¿y yo que estuve haciendo todo ese tiempo? Porque esas señoras parecen que toman vitamina E desde los 5 años, y a mí, con 23 años, empiezo a tener patas de gallo. No es justo, se supone que a mi edad es cuando tenemos todo en orden y no afecta la gravedad, ¿quién nos mintió tan vilmente?.
Supongo que con la belleza interior no alcanza, para eso está el autoestima relativo del que hablaba en el post anterior, ése que es variable y que se cae por el piso cada vez que veo a una señora que podría ser mi mamá pero parece mi hermana (menor).
Extraño a las abuelitas tejedoras y a las señoras de los gatos, esas con las cuales no tenía que “competir”, sino que las miraba y me sentía mejor. Bien mala leche lo mío, pero irremediable.
Sucede, como siempre sucede, que el otro día salí a bailar. No es algo que ocurra muy seguido porque desde los 12 años que salgo, y ya me pudrió un poco, pero para complacer a mi hermana y a mi mejor amigo, salimos.
En un momento determinado, me cansé y me senté en un sillón. ¿Y a quién me encuentro? A la hija de mi ex profesor de guitarra a los lenguazos con un botija. La misma que cuando yo iba a aprender acordes, ella volvía de la escuela.
Pero eso no es todo. Como eso me bajoneó un poco ya alentándome a irme (ya no soy tan tolerante a las discotecas), fui a la barra a ahogar mis penas en whisky, y estaba mi prima de unas 15 primaveras pidiéndose un Pantera Rosa, y cuando me vio, me dice “No le digas nada a papá”. Ta, buenísimo.
Llega un momento de la vida en que a las actividades que realizamos en el día a día se acoplan los más jóvenes, y eso, por lo menos a mí, me vuelve nostálgica. Es un signo de que ya no somos los mismos pibes y pibas de antes. No me preocupa mucho, a no ser porque ahora no se me puede escapar que me encontré con mi prima en un bailongo. Se crean otros lazos de complicidad, supongo.
Pero definitivamente tengo que cambiar de boliche